sábado, 20 de septiembre de 2008

Terranova en la red 7

PRÓLOGO

Los últimos rayos de luz asomaban tímidos por el horizonte. El día moría para dar paso a la dulce noche, pero Aliyah todavía se encontraba fuera, jugando con su muñeca de trapo. Su padre no estaba demasiado lejos de la pequeña, recogiendo los frutos de la tierra que el mismo había plantado meses atrás; aquel había sido un buen año para los pequeños agricultores como él. El clima había sido benevolente y les había permitido superar con creces sus expectativas. Se limpió las últimas gotas de sudor de aquel largo día. Ahora, únicamente le faltaba llevar los últimos sacos a casa y descansar, al día siguiente ya se preocuparía de vender o intercambiar la mayor parte de las cebollas en el mercado del pueblo. La niña seguía jugando fuera, aunque ya su padre le había advertido que debía regresar a casa. Cuando levantó la vista del suelo donde retozaba con su muñeca, Aliyah vio una nube de polvo a lo lejos, y el sonido de cascos rebotando ferozmente en el suelo. Asustada, corrió hacia los brazos de su padre, el cual la cogió presuroso, dejando los sacos repletos tirados en el suelo. Él también podía oír aquel sonido que había asustado tanto a la pequeña, aquel sonido que también a él le llenaba de inquietud. Con paso veloz y firme entró en su cabaña, con el corazón alborotado pero con el pensamiento claro. Su mujer, la madre de Aliyah, y dentro de poco tiempo madre de otra criatura, preguntó a su esposo que ocurría. Los años de vida en común habían hecho que aquella mujer pudiera adivinar en la expresión de su esposo lo que pasaba. No hicieron falta más palabras. Dejó todo lo que estaba haciendo para esconder a su hija bajo el suelo de la sala. Un tablón suelto ocultaba una hendidura en el suelo, lo suficientemente grande para que una niña de cinco años se escondiera allí en caso de necesidad, pero no lo suficiente como para que ella también pudiera quedar oculta, mucho menos en el estado en el que se encontraba. Mientras, el hombre cogió una de sus azadas, la más grande de todas, y se colocó tras la puerta principal de la cabaña. La niña estaba terriblemente asustada, nunca había visto a sus padres tan preocupados y serios. Y aquel sonido infernal, de caballos acercándose al galope, y risas ebrias y frenéticas. Su madre se acercó a ella, y con toda la ternura del mundo le acarició sus oscuros cabellos y le susurró al oído – No llores preciosa, no emitas ningún sonido. Pase lo que pase piensa que eres una piedra, y las piedras no pueden hablar ni moverse ¿me lo prometes tesoro? – Aliyah asintió débilmente con su cabecita, y quedó sumida en la penumbra cuando su madre volvió a colocar el tocón de madera, de forma que nadie ajeno a aquella casa pudiera saber que una niña indefensa se encontraba escondida allí.
La puerta de la casa se abrió de par en par con un estruendoso ruido, pero el hombre que acababa de irrumpir en la cabaña no tuvo siquiera tiempo de ver lo que había en su interior. El padre de Aliyah le arrancó la cabeza con la azada de forma brutal y sin el menor signo de compasión. Sin embargo, aquel bandido no venía solo, ni mucho menos. Nueve hombres más entraron en la cabaña, uno a uno, de forma acelerada. El padre de Aliyah no pudo liquidar a muchos más, pues eran demasiados para un hombre sólo, por muy grande y fuerte que fuera aquel. Entre dos lo cogieron de los brazos, y un tercero le propinó un rodillazo en el abdomen. El resto se ocuparon de su esposa.
Aliyah, afortunadamente no podía ver nada, pero podía oír los gritos e insultos de su padre y los alaridos de dolor de su madre. Aquella pesadilla pareció durar una eternidad, y la niña no sabía si podría permanecer en silencio por mucho más tiempo. Las lágrimas brotaban de sus negros ojos de forma silenciosa, mientras sus padres eran torturados encima de su propia cabeza. Por fin los gritos y risas diabólicas dejaron de oírse tras un último portazo a una puerta desencajada parcialmente. La niña no tenía aún el valor de salir, por si acaso alguno de aquellos bandidos se había quedado en su cabaña, esperando. Sin embargo, ninguno de sus padres se acercó a ella para sacarla de aquel agujero. Tampoco oía sus voces, ni siquiera sus respiraciones. Decidió ser valiente y salir de su escondrijo. Quizá sus padres necesitaran ayuda urgente, ahora mismo dependían de ella. Le costó un gran esfuerzo poder levantar la madera que la había protegido hasta entonces, y en el proceso se clavó innumerables astillas diminutas en sus pequeñas manos. Cuando salió, su voz se quebró en un agudo grito, cargado de sufrimiento y desesperación. Corrió hacia su madre, la cual estaba tirada en el suelo, de espaldas a ella. Se encontraba en una postura un tanto antinatural, con un brazo demasiado estirado hacia atrás para poder ser normal. La niña se arrodilló junto a ella, manchándose de sangre sus rodillas desnudas y llenas de arañazos. Agitó a su madre con todas sus fuerzas hacia delante y hacia atrás, en un vano intento de conseguir que se levantara. Pero en el fondo sabía que nunca más lograría levantarse, que nunca más le susurraría cuentos al oído, que nunca más volvería a la vida.
La niña se tumbó a la vera del cuerpo aún caliente de su madre, sin poder llorar, sin poder gritar, apenas sin respirar. Su corazón acababa de morir, y lo único que deseaba era poder reunirse con sus padres, allá dondequiera que vayan los espíritus humanos.
La noche fue larga, la más larga de su corta vida, pero los primeros rayos de sol de aquel nuevo día trajeron una pequeña esperanza. Aliyah seguía despierta, abrazada a su madre, cuando un hombre muy extraño, de cabellos rojos, rojos como la sangre que cubría la mayor parte del suelo de la pequeña cabaña, se acercó a ella tímidamente. Su piel era muy pálida y vestía completamente de negro. La niña pensó que era la muerte, que venía a llevársela a ella también, así que cuando aquel hombre estuvo lo suficientemente cerca, lo abrazó con fuerza y le susurró débilmente, con una voz cansada que presagiaba un largo sueño – Llevadme con mis padres, os lo suplico. – y cayó dormida en sus brazos.
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La oscuridad era tan profunda que no podía ver ni sus propias manos descansando en su regazo. La respiración del muchacho era entrecortada y un tanto agitada, pues los nervios recorrían cada poro de su piel. Al fin, tras una larga espera, la puerta se abrió, dejando ver al joven una figura encapuchada, portando una antorcha. Se levantó, pues sabía que no debía esperar ninguna orden de aquella figura, ni tampoco debía hacer esperar a toda la multitud congregada en el exterior de la caverna. Ramalhe, que así era como se llamaba el muchacho, caminó despacio tras el encapuchado. Éste lo guiaba por un sendero bordeado de pequeñas velas a los lados, tras las cuales una gran cantidad de figuras observaban aquel ritual con expectación. Salvo él, todos los presentes llevaban capas blancas, con capuchas que ocultaban sus rostros, incluida la mujer que esperaba de pie tras un altar de mármol blanco, al final del sendero de velas.
Cuando llegó hasta el altar, se arrodilló, tocando con la frente su rodilla. La mujer le tocó un hombro, en señal de que podía levantarse. Entonces ella empezó a cantar con una melodiosa voz, absorbente e irreal. No era una voz humana, aquella mujer tampoco. Ramalhe recitó de memoria los versos aprendidos durante sus lecciones, que básicamente juraban lealtad y fidelidad de por vida a aquella mujer y todo lo que representaba. Aunque su voz sonara entrecortada y con altibajos, propios de un muchacho de quince años, la mujer pareció complacida. De una vasija de plata pulida, bebió un sorbo de agua cristalina y fresca, tras lo cual, se la tendió al joven. Antes de que éste pudiera siquiera rozarla le hizo una pregunta, con voz firme y decidida – Si bebes de esta vasija, donde yo he posado mis labios, y bebes del agua que nos dio vida a todos los seres que poblamos estas tierras, nunca podrás echarte atrás, nunca volverás a ser un hombre normal. Tu vida será entregada a la causa de los Babelici, y si acaso osaras traicionar la fe que hemos depositado en ti, Ramalhe, serás duramente castigado. ¿Estás completamente convencido de que quieres pertenecer a nuestro clan?
- Estoy convencido de que quiero ser un Babelici de pleno derecho, y poder dar mi vida por vuestra causa. Lucharé fervientemente contra la Orden, para que la libertad de todas las criaturas sólo dependa de ellas mismas.
- Entonces bebe, pues eres nuestro hermano. – Ramalhe bebió un sorbo de la vasija, y el agua le atravesó la garganta, dejando un regusto a metal.
Cuando vació la vasija casi de un trago, todos los que en aquel recóndito valle esperaban con impaciencia se despojaron de sus blancas capas y comenzaron a aplaudir y vitorear al chico. Este se sonrojó levemente, pues era aún muy tímido y no estaba acostumbrado a que tanta gente le mirase. Afortunadamente eran miradas de aprobación. La música empezó a sonar instantáneamente. El sonido de las flautas y tambores lo envolvía todo. Varios hombres sonrientes empezaron a llenar jarras de una sustancia altamente alcohólica, de color morado intenso y muy oscuro. Un joven de la edad de Ramalhe se acercó a él y le propinó una palmada amistosa en mitad de la espalda. – Me alegro de que todo haya ido bien, enhorabuena amigo.- Ramalhe abrazó a aquel muchacho efusivamente, y le dio el también un buen golpe en el hombro. – Estaba muy nervioso Sáfil, no sé si se habrá notado mucho.
- Pues la verdad es que sí, para que te voy a engañar. Seguro que todo el Refugio se ríe de ti durante un mes por los gallitos que te han salido mientras cantabas.
- ¿Tan mal me ha salido?- Ramalhe enrojeció aún más. Pero después su timidez innata se evaporó rápidamente, tan rápidamente como iba tragando una a una, jarras y más jarras de vino salvaje, que así era como se llamaba aquella bebida dulzona.
La mujer que había presidido la ceremonia se acercó a los dos muchachos, y se dirigió a Ramalhe.- Ahora ya eres un Babelici. Debes honrar a nuestro clan, así que no creo que debieras emborracharte la primera noche que pasas en el Refugio.
- Perdonadme, Dama Dolçanar.- Dolçanar, la elfa que fundó el clan, junto con un humano y una blaura hacía más de cien años. Todo el mundo la veneraba y había sido un gran honor para él que fuera ella precisamente la persona que le introdujera en el clan.
En el valle, continuó la fiesta hasta muy entrada la noche, pues aquel grupo de gente no tenía demasiadas veces motivos para celebrar algo, pues una batalla se libraba de forma sutil y silenciosa, aunque igualmente cruel y fatal, en la región de Terranova.


El hombre caminaba deprisa en la noche, portando entre sus brazos un bulto pequeño y frágil, envuelto en una tosca prenda. Cuando depositó al bebé en el suelo, cerca de aquel bosque reluciente, éste empezó a llorar, pues ya no notaba el calor de un cuerpo próximo a él. En la frente de la criatura refulgía un símbolo extraño, lleno de poder y misterio. Por ello el hombre había decidido que aquel era el lugar más apropiado para el bebé, pues todo el mundo sabía que el Bosque Lunar era el lugar más mágico de toda Terranova, y que una criatura que de su frente emanaba la misma luz que la que emanaban las hojas de los árboles de aquel bosque en luna llena, no podía estar en ningún otro lugar mejor que aquel. El hombre dio un beso al pequeño bebé antes de irse, suplicando que alguien pudiera ocupar el lugar de su madre, fallecida justo cuando nacía.
El llanto del bebé resonaba en la noche, de manera fantasmal, la luz que brillaba en su frente se iba apagando poco a poco, mientras lloraba y gritaba con la fuerza de sus pequeños pulmones, para conseguir de nuevo el calor que tanto echaba en falta.
Una joven elfa que paseaba solitaria por las inmediaciones, oyó los lamentos desesperados del bebé. Siguió aquel sonido con curiosidad y preocupación simultáneamente. Gracias a su aguda visión nocturna, propia de los de su raza, consiguió vislumbrar el pequeño bulto desde una distancia considerable. Corrió hacia el origen de aquellos llantos y descubrió al bebé, aún lleno de sangre por su recién estrenada vida. Lo cogió entre sus brazos y calló enseguida, sintiéndose mucho mejor. Descubrió que era una niña, una niña humana. Su frente apenas delataba ya el poder mágico que se ocultaba tras una apariencia tan tierna.
- Te llamaré Yenna, porque siempre recordaré que te encontré una noche de luna llena.
La elfa, con la niña entre sus brazos se adentró de nuevo en el bosque, canturreando para que la pequeña se durmiera entre sus brazos


Visto en: montsenavarrorios.mforos.com

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